Texto de la intervención del periodista de diario La Segunda, Director del sitio web Lucha Libro y autor de CRUSH BOOM BANG !, Juan Carlos Ramírez, en el lanzamiento de la biografía definitiva de THE KINKS, ATARDECER EN WATERLOO, de Manuel Recio e Iñaki García, realizado el 24 de enero, 2018, en Librería del GAM.
Fotos: Alejandro Hidalgo
The Kinks, la gran paradoja del rock and roll
Apuntes sobre la mejor banda disfuncional de la historia y “Atardecer en Waterloo”.
The Kinks inauguró una estirpe de bandas desdichadas, losers o condenadas a largos periodos sin reconocimiento, aunque paradojalmente hayan sido altamente influyentes o protagónicos en el pop que escuchamos, amamos y bailamos.
Pienso de inmediato en The Zombies, Left Banke, Love, Badfinger, Big Star, The Modern Lovers, Television Personalities, The Replacements, Housemartins. “Una combinación de malos representantes, mala suerte y mal comportamiento”, como diría Ray Davies para hablar de su propia experiencia al mando de la banda que nos convoca.
¿Y The Velvet Underground? me preguntará alguien. ¿No son ellos la gran banda ignorada, secreta, alternativa? Y yo le diré que The Kinks no podía estar más lejos de esta banda neoyorkina que aunque el mito insista en que fueron un fracaso, ya eran considerado una leyenda por todos los libros de rock editados a principios de los ´70 y que repasaban los hitos de un género que ya se consideraba en decadencia. Y aparte tuvieron el apadrinamiento de alguien célebre como Andy Warhol.
No es un capricho de fan que intenta exagerar un contexto, sino que es musicalmente objetivo. Por más canciones pop que “La Velvet” hayan incluído en sus discos (“Femme Fatale”, “I`ll be your mirror”, “Who loves the sun”) su fuente de reconocimiento es por instaurar zumbidos, ruidismo y soluciones avant-garde al monocorde blues que amaban Cale y Reed.
Algo que terminaba en improvisaciones y ambientes siniestros cuya única diferencia con el prog rock era el virtuosismo.
Los Kinks, en cambio, sólo querían hacer lo que mejor sabían: pop masivo, ruidoso y energético. Nada de cruzar las fronteras de la canción, sino que pervertirlas dentro de sus propios límites. “You Really Got Me” separó el rock and roll del Rock, justamente al respetar los minutos y la exigencia de estribillo de un single para cambiar lo permitido en cuanto a sonido por la industria.
Por eso fue más meritorio aunque en pocos años hayan podido salirse con la suya, desconcertando a la competencia (el silencio de los Beatles, considerando que compartieron escenario, es revelador): usando distorsión y volumen no convencional; introduciendo el excéntrico sitar y el raga indio antes que nadie; jugando con el music-hall, el folk, la bossa-nova, la opera, el country irónico y hasta el heavy-blues para agitar la cabeza en los estadios.
Y ustedes dirán qué tiene eso último de especial, si ese fue el camino de todos a fines de los setenta. Y yo les diré: denme un top ten sobre un travesti y un macho enamorado de él tan famoso como “Lola” de 1970.
Y esa es la actitud donde los Kinks superan largamente a The Beatles y los Stones y se refleja en sus letras.
Ray Davies podía aprovechar el ritmo fúnebre de “Dead end street” -de paso firme competidor para la categoría primer videoclip de la historia- con versos como “En una fría mañana de escarcha/ Mis ojos se mojan y bostezo paralizado / Mis pies están por congelarse / Hago té y pongo algo a tostar / ¿Para qué seguimos viviendo?” .
Es que así era el mondo Kinks, fotografías de esos años sesenta que funcionan como avatares inversos de Don Draper y Cia. en Mad Men. Mientras los norteamericanos huían del pasado gracias a los paraísos artificiales de la publicidad teledirigida desde la Avenida Madison, los personajes de los Kinks son británicos que sólo saben estrellarse con los restos de la gloria imperial inglesa, un universo poblado de hombres calvinistas respetuosos de las reglas, hermanas que se odian (con figuras tan elocuentes como “Silvilla mira en la ventana, Percyla lo hace con la lavadora”), perdedores de colegio envidiosos del winner, payasos llorones, Supermanes que bailaban disco, estrellas del celuloide hasta llegar a los recientes jubilados que extrañan los café de clase obrera que, para Davies, existieron de verdad alguna vez.
Si ustedes ven Mad Men, quizá el único personaje realmente Kink era el británico Lane Pryce. Y ustedes saben como terminó.
Toda esa incorrección de la banda, esa mirada, su condición de bichos raros, su propia desventura y triunfo final (desde Dylan a Mark Hamill pasando por Bowie, Wes Anderson y el mismo Lennon que pedía como loco que pusieran “Wonderboy” en las profundidades del swinging London) son los que me hicieron aproximarme a la banda y en Atardecer en Waterloo se explora en profundidad. Me quedo por ahora con los bombardeos que obligaban a los londinenses a irse al campo, ciertas graciosas -y casi impublicables- proezas sexuales de los implicados, el origen de los hits explicados con peras y manzanas y cierto orgullo de clase obrera. Si la historia de los Beatles es sospechosamente esquemática y ordenada, la de los Kinks es sorpresiva, fragmentada y llena de altibajos como es nuestra propia vida. Incluyendo peleas a puñetes justo con el gran jefe del sindicato de las discográficas gringas que parecía condenarlos pero terminó cambiando su mirada hasta el punto de estar hablando de ellos acá. ¿Cómo no quererlos?